domingo, 19 de agosto de 2007

Museo Nacional de Antropología, viernes 27 de julio

¡A la pipetuá!
Ya sé que no tengo autoridad en el tema, pero es mi recomendación el que no falte una extensa visita a este maravilloso museo.
Lleva su tiempo recorrer todas sus salas y digerir toda la información, pero realmente vale la pena.
Ese día nos levantamos más tarde de lo que suponíamos y decidimos que "El Antropológico" iba a ser nuestro (único) destino del día. Mi madre, que ya lo había visitado una vez, sabía que toma todo el día si se lo quiere ver bien, completo y con calma.
Desayuno en el Vip's de enfrente del hotel: yogurt con frutas para mamá y hotcakes para mi (debo admitir que eran mejores los de los arcos dorados). ¿De beber? ¡Jugo de zanahoria! Una de mis bebidas preferidas, por supuesto.
Comienza la travesía: combinación de tren ligero y metro hasta la estación Auditorio y de ahí a caminar. Hermosa zona boscosa -Bosques de Chapultepec- para deleitarse los ojos en el trayecto.
El museo es el único que aclara que el descuento es válido solamente para estudiantes y docentes mexicanos. No importa, pagamos los $45 mex cada una, dejamos las mochilas y abrigos (que dicho sea de paso fue el día más caluroso de mi estadía) y entramos.
Lo primero que se puede ver en el gran patio central es una alta fuente que hace al aire fresco y dinámico. ¡Qué linda sensación! Comenzamos por la primera sala a nuestra derecha, la de antropología general. Mucho australopithecus, neanderthal, cromagnon, mamuts y maquetas (a veces hiperrealistas, a veces algo raras).
Al terminar la 1ª o la 2ª sala vimos una pared llena de pantallas de televisor con caras, que cuando uno se movía, podía observar el cráneo correspondiente a esa cara. ¡Maravilloso! Poder distinguir a partir de los cráneos los distintos razgos de las distintas razas. Era para pasarse un buen rato viendo las diferencias entre todos.
Vimos diagramas y esquemas sobre distintos grupos aborígenes de cada región de América y de México en particular: sus lenguas, sus hábitos, pero en las salas siguientes pudimos verlos bien individualizados.
Algo que nos llamó mucho la atención fue un gráfico que señalaba a los gauchos como los aborígenes que habitaban Buenos Aires (¿?). Inevitable no sacarle una foto a eso.
Las salas de la derecha son salas generles. Para ese entonces ya había empezado a sacar fotos a todo lo que se me cruzaba por los ojos: vasijas, herramientas, estatuas, gráficos, textos explicativos, maquetas en tamaño real, objetos varios de cerámica, cestería, etc. De todo sobre todos. Mucho color, mucha textura, mucha técnica. Y se podían ver las diferencias entre grupo y grupo.
En las salas de la izquierda están los distintos grupos aborígenes de México, bien detallados.
Me saqué las ganas de sacar montones de fotos. En varias ocasiones tuve que borrar imágenes para seguir sacándo fotos a telares y telas que estaban expuestos. Es increíble el uso del telar de cintura y cómo se ve en las prendas (huipiles y demás) si estaban realizadas con esa técnica.
En la foto se puede observar una maqueta en 1:1 de una señora tejiendo con un telar de cintura (uno de los más de 10 telares que fotografié). Los tejidos no tenían de ancho más de la distancia que les daban los brazos. Por eso en las prendas ya confeccionadas se veían las costuras que unían a los distintos paños. Como estudiante de diseño textil, se me caía la baba. Mucho bordado, ¡mucho trabajo!
Así aprendí más sobre olmecas, toltecas, , zapotecas, huastecas, mixtecas, mayas, aztecas y no se cuántos más.
Un detalle del museo es que tiene salidas a patios exteriores donde hay reproducciones de arquitectura de distintas culturas. Se pude apreciar la escala de las contrucciones, hasta se las puede recorrer. Se hace más fácil imaginarse la vida viendo los espacios con los que se manejaban.
Nos llevó gran parte del día recorrer cada rincón. Descansamos en alguno de los bancos del lugar cada vez que lo necesitamos. Disfrutamos de las maravillosas vistas. En fin: nos sacamos las ganas.
En el museo hay un bar/restaurant llamado Meridien (creo que es parte de una cadena de restós). Muy bien puesto, en un patio con mesitas decoradas con flores y las mozas con vetimenta típica (lo vimos en otros lugares también). Compartimos un sandwich Meridien, yo me tomé mi limonada diaria y mamá un café (en su casi desesperada búsqueda de café con gusto a café).
Tuve el placer de ser visitada por una ardilla que respondió a mi pedido de dejarme sacarle una foto. La vi, vino a mostrarse, preparé la cámar, dio media vuelta y se fue, la llamé, regresó. Imagino que entrenan a los bichos estos para ser tan simpáticos. Parecía que en cualquier momento iba a sacar un sombrero y pedirme una moneda por su "trabajo". El recuerdo fue por demás gracioso. Amenizó nuestra comida.
El Museo Nacional de Antropología es una visita obligada, desde mi punto de vista, si hay interés en el tema. Yo elegí el México prehispánico para mi viaje, elegí los museos de historia aborigen a los museos de arte moderno. Pero tuve mi paneo general de todo y ahondé en lo que más me llamó la atención.
Este lugar es grandioso, maravilloso, enorme y completísimo. Eso sí, nos dimos el gusto de dejar una crítica/sugerencia ya que hay zonas del museo donde los objetos mostrados están mal iluminados y, además, le faltan carteles indicadores de lo que se muestra en cada vitrina. Bueno... así es mi familia: quejosa. también nos gusta gastar plata (jejeje) así que compramos revistas, postales y no recuerdo qué más en la tienda de regalos del museo.
Vuelta al hotel: caminata, metro y tren ligero. Paso obligado por el Superama (supermercado) de enfrente del hotel y vuelta a la habitación para una cena ligera, baño y descanso.
El sábado será otro día para madre e hija.

No hay comentarios: